martes, junio 22, 2004

FUMANDO CON SERGIO PITOL

Durante los días 17 y 18 ha tenido lugar en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez el XIII Encuentro Nacional de Escritores e Investigadores en la Frontera Norte. Homenaje a Sergio Pitol. Dejémoslo en “Homenaje a Sergio Pitol”; no para acabar antes, sino en honor a la verdad.

El día 17 el minotauro mexicano hizo de las suyas, así que Sergio Pitol no pudo llegar a Juárez sino hasta el final de la tarde. Al día siguiente me acerqué para que me firmase un ejemplar de su obra La pasión por la trama, un conjunto de ensayos literarios, a lo cual accedió con una afabilidad que ya quisiéramos en otros, y a continuación asistimos a la conferencia magistral de Teresa García Díaz. Asistieron unos cuantos profesores de literatura de la UACJ, unos cuantos alumnos de la licenciatura y muy pocos más. Sergio Pitol se encontraba en Ciudad Juárez, y Ciudad Juárez no hizo acto de presencia.

Tras la conferencia, llegó la hora de cafetizarse y nicotinizarse. Tomé mi café y encendí mi cigarrillo en el exterior del Centro Cultural Universitario. A pesar de ser un completo desconocido para él, Sergio Pitol se reunió conmigo fuera del edificio. Le pregunté por las molestias ocasionadas por el retraso de su vuelo: al parecer, cuando llegó al aeropuerto de Xalapa se encontró con que el minotauro mexicano, la fiera que recorre todas las instancias del país, le había dejado sin conexión con Ciudad Juárez, por lo que su billete de avión no existía. El incidente, felizmente resuelto al fin, no llegó a mayores, aunque le dejó una curiosa secuela:

—Es extraño —me confesó—. Tengo un hipo persistente desde ayer por la tarde. Un hipo que viene y va.
Sin embargo, no hipaba. Sus ojeras de veterano venerable resbalaban de sus ojos como globos cansados, y su chaqueta azul y pantalones grises un poco arrugados le daban un aspecto de viajero en tránsito, resignado pero cómodo.
—Imagino que es por la tensión del problema con los vuelos —sugerí.
—Sí —reconoció—. Lo que me extraña es que me las he visto en situaciones más complicadas... ¡y no me ha dado hipo! Esto es lo que me preocupa.

Se nos unió Manuel Sol Tlachi, ex alumno de Pitol en la Veracruzana, profesor de la misma institución y amigo del narrador, quien comenzó a hablarle de mi participación en el Retablo de la lujuria, la avaricia y la muerte, la obra de Valle-Inclán dirigida por Blanco Gil. Sergio Pitol exteriorizó su fastidio por no haber coincidido con la temporada de funciones. Entre cigarrillo y cigarrillo conversamos del montaje y de su pasión por el teatro (él creyó al principio de su carrera que sería dramaturgo), pero cómo su teatro nunca resultó de su agrado; confiesa, con esa humildad de los grandes narradores, que “carece de oído para los diálogos”. Resulta superfluo indicar que muchos matarían por tener la destreza que él llama carencia.

En realidad fue la sesión vespertina la que nos trajo interesantes momentos con Pitol. Algo que en el programa llamaron “taller” y que se extendió de seis a siete y media de la tarde. Leyó un fragmento de su libro El arte de la fuga, donde esbozaba una especie de ars poetica que resultó ser un cálido homenaje a sus maestros narrativos. Pitol se sentía a gusto: rodeado de amigos como Sol Tlachi, Russell Cluff o Laura Cázares, evocó muchos momentos de su experiencia literaria (término inmortalizado en una antología de Alfonso Reyes, a quien él evocó con honda nostalgia intelectual: “Nadie que no haya releído a Reyes puede decir que lo ha leído”); la confrontación entre la literatura y la redacción, términos no siempre equiparables: “No hay que confundir redacción con escritura: ésta tiene la intención de intensificar la vida”; algunas anécdotas acerca de la metaficción (término que hace muchos años desconocía Pitol, a pesar de conocer bien El Quijote, lo cual le hizo concluir que la terminología —volubilis mutabileque semper femina, digo yo— es siempre posterior a la realidad, que siempre ha estado ahí; la diferencia entre el espíritu del cuento y de la novela: “La novela abarca el tejido social, no así el cuento”. Para él, “nacido sobre todo para ser lector”, el hecho de escribir es una consecuencia natural de este designio lector, razón por la cual reescribe su obra continuamente, y las distintas ediciones de sus obras son distintas entre sí. Alguien, comentó entonces Laura Cázares, se tomó un día la molestia de comparar dos ediciones de una misma novela de Pitol, e hizo un listado del mobiliario desaparecido entre una edición y otra. También surgió en la charla (amistosa, informal, entre el narrador, los estudiantes y los académicos) el tema de la verdad de las mentiras, la separación entre realidad y ficción: “La mentira conduce a la verdad, la fantasía desemboca en la realidad”. Pitol, hombre versado en muchos idiomas y viajero infatigable, se atrabancó entonces con las palabras y pidió permiso para fumar un cigarrillo. Le dimos permiso a gritos. Fuma, reflexiona y recuerda, hasta que confiesa: “Y ya me cansé”.

Media hora más de café y galletas hasta que llegan las “autoridades” para la foto de clausura del Desencuentro Nacional de Escritores. Lucen lustrosos los espadones líricos y retóricos. Sergio Pitol, tránsfuga infinito, agradece con sencillez y cordial dulzura los halagos.

Un aroma de azufre invadió la sala de usos múltiples. Dos estudiantes emitieron un grito de sorpresa que trinchó el formalista sopor del fin de la tarde. El minotauro mexicano, que sorprendió a la concurrencia al llegar con una cámara de fotos, rogó a los fotografiandos que dijesen “patata”. A continuación se escuchó un flash. Las dentaduras perfectas de los miembros del presídium continuaron brillando durante unos segundos cuando la oscuridad se hizo y el laberinto se desmoronó sobre nuestras cabezas.

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