domingo, julio 11, 2004

PARA LEER EL INSPECTOR DAN

Hace un par de semanas viví una experiencia fantástica. Acudí a ver a un psicoanalista argentino que tiene su consulta a la vuelta de mi casa. Una vez allí, me hice hipnotizar y experimenté una regresión. Cuando ya me encontraba en plena regresión, el psicoanalista argentino siguió mis instrucciones y me dio a leer Los seres infernales de Salisbury Castle, una de las más celebradas aventuras de terror y misterio del Inspector Dan. Durante cerca de sesenta minutos proferí numerosos alaridos, sudé tinta china y del gustirrinín me salieron cuatro canas en la barba. No hay nada como volver a la infancia.

Mucho antes del tío Vampus, el primo Rufus y las Historias para no dormir, el Inspector Dan fue el gran personaje de horror y misterio de la cultura popular española. Fue creado por Rafael González en 1947 para la revista Pulgarcito, el legendario semanario de humor donde Dan introducía el género dramático por medio de una página semanal de apretadas viñetas rebosantes de texto en una época en que los elaborados y literarios bocadillos no eran cosa rara ni una perversión del guionista (véase cualquier tebeo de Edgar Jacobs). Y es que el Inspector Dan nació con una clara vocación novelesca que recurría a todos los tópicos del folletín de misterio, y no es por esto de extrañar que bien pronto los guiones corrieran a cargo de Francisco González Ledesma, quien durante muchos años escribiría multitud de bolsilibros de terror y del oeste bajo el seudónimo de Silver Kane. Hoy es, con justa razón, un renombrado autor de novela negra en Francia; no precisamente por el Inspector Dan ni por los bolsilibros de Silver Kane, sino por sus más recientes novelas de elaborada cocina literaria. Silver Kane, como Curtis Garland, Marcial Lafuente Estefanía, Clark Carrados y otros muchos, fue primero microondas de la literatura que chef escrupuloso e internacional.

Las historietas del Inspector Dan, escritas primero por González Ledesma y luego por Víctor Mora, transcurrían en el Londres mítico que la literatura popular de finales del siglo XIX ayudó a exportar a todos los rincones del mundo con Jack el Destripador como siniestro embajador: un Londres neblinoso, tachonado de oscuros callejones como cicatrices de una ciudad eminentemente nocturna y ancestral donde la criminalidad y lo fantasmagórico formaban parte del paisaje urbano. En este contexto de irrealidad el Inspector Dan de Scotland Yard, siempre acompañado de su inseparable Stella y, en menor medida, del estrafalario Inspector Simmons, se enfrentará a una larga serie de criminales que merecerían ser reunidos en un Museo de Cera exclusivo. Incluso Satanás regresó al mundo de los mortales para enfrentarse al Inspector Dan, en una de las historias más recordables dibujadas por el gran Eugenio Giner. Porque hablar del Inspector Dan es hablar de su principal y más emblemático dibujante: Eugenio Giner (1924-1994), un artista de profunda elegancia a quien podríamos considerar sin duda el gran poeta del terror gráfico del tebeo español hasta que los dibujantes españoles capitaneados por Toutain desembarcaron en el Nueva York de Jim Warren a finales de los años 60. Eugenio Giner es un artista virtuoso de la mancha de tinta al que hay que examinar con lupa, pues en las diminutas viñetas del Inspector Dan desarrolló un expresionismo gráfico cuya fuerza nace de las más arraigadas pesadillas infantiles: criminales resucitados, catacumbas, parajes siniestros, monstruos atormentados, asesinos enloquecidos, momias, espectros y hasta el mismo Satanás, adquirieron al pasar por la pluma de Giner visos de autenticidad y cierto grado de lirismo terrorífico.

En 1952 la Editorial Bruguera quiso exprimir el éxito de la serie y lanzó al mercado una serie de cuadernos semanales de la que se publicaron 72 números. Si bien algunos episodios estaban dibujados por un Eugenio Giner en el cenit de su maestría, pronto se alternaría a las tintas con otros artistas del tebeo como Oliver, Macabich, Pedro Alférez, León, Francisco Hidalgo y Julio Vivas. Las portadas corrieron, por lo general, a cargo de Giner —quien tuvo una evolución notoria a lo largo de la serie desde el estilo expresionista de Pulgarcito hacia otro menos tenebroso y de viñetas más amplias—, pero también de Macabich y de Julio Vivas. El último dibujante de Dan en el cuadernillo fue el elegante Julio Vivas, quien dibujaría algunas historietas nuevas a principios de los 70 y se encargaría de las portadas del refrito Bruguera publicado en la Colección Bravo (al alimón con El Cachorro, de Iranzo) en la segunda parte de la misma década.

La colección completa fue reeditada recientemente por Ediciones B acompañada de tres recopilatorios con material de Pulgarcito. En uno de estos tres publicaron, precisamente, la clásica historieta de 1947 Los seres infernales de Salisbury Castle, una aventura poblada de monstruos atormentados creados por un peculiar doctor Moreau que inyecta en seres humanos glándulas animales. Se trata de Eugenio Giner en estado puro, antes de su evolución a viñetas más grandes y llenas de luz en una evolución que parecía la de la propia España: desde el oscurantismo de los años posteriores a la guerra civil al creciente aperturismo de los años 50.

¿Quién no fue niño y se quedó una tarde de invierno solo en casa? ¿Quién no encendió la tele y se encontró con una película de terror? ¿Quién no empezó a verla con cierta angustia a medida que el hogar se poblaba de sonidos y ecos extraños? ¿Quién no deseó entonces no haberse quedado solo? A estos miedos irracionales e infantiles apelaba con éxito el Inspector Dan. Sólo por medio de la hipnosis podríamos volver a sentir el equilibrado horror de sus viñetas y la eléctrica aparición de sus fantasmas, asesinos y monstruos. Merece la pena intentarlo.

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