miércoles, junio 01, 2005

A PROPÓSITO DE ALAN DAVIS 2


El segundo ejemplo explica ante un conquistador Bruce Wayne el secreto de sus palabras: las tres viñetas que reproduzco están en la plancha siguiente y también en esta ocasión ocupan el centro de la página: tres viñetas que repiten idéntico plano, tres viñetas monásticas, tres viñetas que transmiten una sensación de fijación, de serenidad con determinada contundencia. El vidrio de la puerta se difumina para no reflejar nada: ni luces, ni árboles, ni vida. El reflejo vacío, el cristal mudo sin reverberaciones asiste como testigo a la determinación de ella y a la sorpresa de él. Sólo entonces, en una imagen muy plástica por su contundencia, ella se vuelve una sombra que se aleja del mundo.

No se trata, tengo que decirlo, de un momento antológico de la historia del cómic; no se trata de unas viñetas que abran caminos nuevos a la narrativa gráfica. Simplemente son bellos, tienen esa belleza sencilla e intimista que se agradece tantas veces cuando leemos historias de grandes héroes, y el truco es viejo como la literatura. La extrema simplicidad de su artificio narrativo es tan evidente que propulsan la contundencia de su mensaje.

Y bueno, Bruce Wayne se la ligará al fin y le pedirá su mano, y ella accederá, pero al conocer la muerte de su padre determinará la entrada en el convento para redimir el mal que él hizo en vida. Y Bruce Wayne se quedará hecho un pasmarote, como es sabido de todos: hecho un murciélago y un pululador consuetudinario de los tejados.

Posted by Hello

2 comentarios:

nacho dijo...

Falta decir que en la última viñeta ella aparece tras el hechizo vaporoso del cristal de la puerta con una capucha de monge benedictino, una imagen que no sabemos si es la que vemos nosotros o la que prefigura Wayne. Así es de perturbadora la imagen. Hay una especie de focalización gráfica en esa idea que sacude por sus potenciales consecuencias.
(Leo tu texto y desconfío de que no pueda sacarse nada de la nada).
un abrazo. (HB)

El Pobresor Gafapasta dijo...

Genial la apreciación del monje benedictino. No la había apreciado cuando escribí el texto. Me ha remitido al final de El, de Luis Buñuel, que el otro día vimos en clase, y de la que voy a escribir pronto aquí.

Un abrazo, HB