jueves, septiembre 13, 2012

UN JUÁREZ NUEVO PARA NUEVOS TIEMPOS CONVULSOS


Dicen que la novela histórica es un género de tiempos de crisis. Si tal cosa es cierta, la novela Juárez, el rostro de piedra llega en un momento muy crítico para la sociedad mexicana. En un tiempo como éste en que la violencia ejercida por el narcotráfico ha hecho saltar la gobernabilidad del país y puesto en severo riesgo todos los derechos humanos, Parra recupera a Juárez como el singular constructor de una gobernabilidad ni fácil, ni exenta de guerras y peripecias políticas. En las páginas 374-5 de su novela, Benito Juárez reflexiona sobre González Ortega, uno de tantos personajes que a lo largo de su devenir político acabaría por decepcionarle:

González Ortega nos dio mucho, es verdad, pero ¿cómo no temerle por eso mismo? Así son los gigantes, admirables y temibles a la vez, su sombra nos protege y nos oprime, nos sostienen sobre sus nombres fuera del alcance del enemigo, pero en el momento menos pensado pueden caernos encima y aplastarnos.

El pasaje invita a una reflexión más seria que la que puntualmente recae sobre González Ortega. De 1872, fecha del deceso de Benito Juárez, hasta hoy, queda la reflexión de si ese gigante político que fue Benito Juárez no es hoy un gigante que no sólo sostiene a los mexicanos sobre su nombre, sino que también puede oprimirlos hasta aplastar. Desde este punto de vista, Parra nos entrega a lo largo de 440 páginas un Juárez renovado gracias al milagro de la literatura, que es la forma más estilizada posible de contar verdades por medio de mentiras: ni es el héroe oficioso del oficialismo político, ni ese personaje cruel que otros han querido ver en su persona. El rostro de piedra es una metáfora, y como tal tiene al menos dos lecturas: por un lado, alude a ese hieratismo que era tan propio de Benito Juárez y que Parra recuerda varias veces a lo largo de las páginas de esta novela; por otro lado, alude a ese gran personaje de la historia de México tan omnipresente como desconocido: el rostro de piedra que desde multitud de esculturas ubicadas en tantas plazas y rincones del país se presenta ante los mexicanos como un símbolo a desentrañar lleno de mensajes útiles pero desconocidos.

La novela de Eduardo Antonio Parra tiene la mayor virtud que puede tener toda novela histórica: a la luz de la literatura convierte en carne los mármoles de épocas pretéritas: los rostros de piedra. Se trata de un ejercicio notable. Un autor de la trayectoria de Eduardo Antonio Parra no hubiera apostado nunca por la simplicidad ni el maniqueísmo. Lejos de triunfalismos nacionalistas, los personajes históricos que se desenvuelven por las páginas de esta novela seducen por su humanidad, por esa oscilación entre el bien el mal, la gravedad y la alegría, la firmeza y la duda, de la que estamos compuestos los seres humanos. Los protagonistas de El rostro de piedra, sin ser trágicos en sí mismos, conmueven porque persuaden desde la honda verdad de la tragedia, que consistía en humanizar a los antiguos reyes y dioses. Al identificarnos con ellos, podemos sentir como ellos la inmersión en ese vaivén de experiencias y sentimientos que es la vida.

Es por esto que El rostro de piedra es una obra doblemente compleja. Es compleja en cuanto a contenidos, sabiamente reflexiva y filosófica cuando conviene, ligera o dramática cuando es preciso. Su equilibrio es uno de sus grandes méritos. Pero además, es una obra literaria destacable donde Eduardo Antonio Parra ha sabido distribuir en 19 capítulos que no siguen una narración lineal toda la experiencia vital, familiar y humana de un personaje complejo que se enfrentó a tiempos convulsos. El ir y venir en la temporalidad de la vida de Juárez permite a su autor, por medio de numerosos saltos en el tiempo, conceder una dimensión novelesca a la vida de sus personajes, la cual se presenta destacada por momentos climáticos según los mecanismos de la ficción, aunque sea al servicio de la Historia. Resultan ejemplares capítulos como el 9 (el terrorífico “Las tinajas de San Juan de Ulúa”, donde Parra nos relata lo que debieron ser las vivencias de Juárez en aquella terrible prisión) o el 16 (“El camino del desierto”), donde nuestro personaje conoce aquel remanso de cordialidad que fue Paso del Norte mientras medita en la figura bobalicona y trágica de Maximiliano, o conoce la muerte de dos de sus hijos más pequeños durante el exilio de la familia en Nueva York.

También es El rostro de piedra una reflexión cruda sobre las exigencias de la necesidad de poder y de sus excesos. El Juárez de Eduardo Antonio Parra se vuelca en la obsesión del poder tras la muerte de su esposa, Margarita, y Parra parece darnos a entender que, sin el balance del amor, incluso un hombre idealista y justo puede acabar convertido, no sólo en objeto del odio de numerosos enemigos, sino también en su propio enemigo, que siempre resulta ser el peor enemigo de todos.

El rostro de piedra rebosa vida, política, buen hacer literario y conocimiento de la estructura novelesca y de sus recursos más expresivos. Seduce la manera en que Parra alterna el monólogo interior con la tercera persona gramatical del narrador omnisciente, y ésta con la segunda persona, quizá la del autor, o incluso, la de la propia conciencia de Benito Juárez, aquella que dialoga y debate con él a lo largo de su acontecer  político y humano. El diálogo retrata siempre a los personajes, pues esquiva en todo momento el ornamento decadentista de una imitación del siglo XIX, pero sin caer nunca en una contemporaneidad ramplona, vicio tan común en tantas modernas novelas históricas. Es en este sentido que la novela resulta una especie de polifonía para la cual merece la pena prestar un oído atento y exigente. Creo que los riesgos eran muchos y evidentes; Eduardo Antonio Parra ha sabido sortearlos para construir un testimonio literario muy notable a la altura del personaje retratado a lo largo de sus páginas.

Eduardo Antonio Parra, Juárez, el rostro de piedra. Editorial Grijalbo. México, 2008 (1ª reimp., enero 2009).

Texto leído durante la presentación del libro en Chihuahua y Ciudad Juárez y publicado en Cuadernos Fronterizos, 13, otoño 2009.

2 comentarios:

Palemón y Nabor AKA Jan en Karel dijo...

Excelente reseña que resalta las virtudes de la novela, su relevancia en los tiempos que corren en la entidad que lleva su nombre, y, sobre todo, la complejidad del personaje, que, como lo mencionas, es visto tradicionalmente por la historia oficial y sus detractores desde una luz muy maniquea. Me gustaría conseguirlo; como buena reseña, me vendió el libro!

El Pobresor Gafapasta dijo...

Una novela muy recomendable, y hace un retrato muy arcádico de aquel Paso del Río Grande del Norte.

Saludotes, Omar.