jueves, octubre 03, 2013

CARTA DEL APÓSTOL SAN BLAS A LOS PARRALENSES

Mi presentación de Carta del apóstol San Blas a los parralenses, por Blas García Flores. 13 de noviembre de 2010. 

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Ahí te Blas

            Después de la lectura de Carta del apóstol San Blas a los parralenses recordé con toda nitidez aquella ocasión en que devolví a Blas García Flores un trabajo que me había entregado para la materia que yo impartía en la Maestría en Cultura e Investigación Literaria, que él cursaba por aquellas fechas. Se lo devolví todo rayoneado de rojo por mi parte, y en la portada, también en rojo agresivo, le puse en letras muy grandes: “Déjate de gracietas y guárdalas para la literatura”. Blas García Flores es un hombre muy serio para las bromas, ya que forman parte integral de su carácter. Evoco esto aquí y ahora porque, afortunadamente, Blas me hizo caso y guardó el sentido del humor para su literatura. Desde entonces, afortunadamente, han corrido muchas botellas de vino entre él y yo, y espero que sigan corriendo en el futuro. Espero que Blas me haya invitado a presentar hoy su libro, no por haber sido su profesor durante un corto periodo de tiempo, sino por el verdadero valor que me conceden esas botellas de vino que hemos compartido y que espero sigamos compartiendo en el futuro: el valor de la amistad.
            Quiero declarar que me he divertido muchísimo leyendo esta Carta del apóstol San Blas a los parraleneses, título que en sí mismo encierra ya una broma deliberada y contundente. Creo que la mayor virtud de muchas que contiene este libro de cuentos es un sentido del humor absolutamente connatural a su autor, pero ese sentido del humor consiste también en una extraña singularidad dentro de la literatura. Por lo general no suele haber escritores divertidos. Los escritores los hay solemnes, intrascendentes, entretenidos, pedantes, confusos y un largo etcétera, pero pocos realmente son capaces de hacerte reír. Y sobre todo, de hacerte temblar después de haber reído, que es la virtud que caracteriza el sentido del humor de Blas, un sentido del humor desprovisto de todas las características de la literatura de humor.
            Pero si pienso que ésta es la mayor virtud de esta obra, no es la única. Imagino que, como todo libro de cuentos, este libro es una miscelánea que arranca desde los tiempos en que Blas formaba parte del taller literario del INBA-ICHICULT. Se trata de un libro compuesto por textos diversos, desde el microcuento como La Tía (formidable texto de humor negro donde parecen resonar ecos de Ambrose Bierce) al relato de estructura y extensión más tradicional, donde a mi parecer destaca el formidable cuento Puente 1989, donde Blas nos hace temblar después de hacernos reír al contarnos una historia que se desarrolla mediante el procedimiento literario de las cajas chinas, donde una sorpresa conduce a otra sorpresa hasta la sorpresa definitiva, en el final de un cuento emotivo y divertido, pero también dotado de una sorprendente tristeza mágica.
            Blas García Flores es un narrador cálido y versátil, su prosa es sencilla y está llena de las voces de la calle, que refleja con fino oído y un gran sentido de la propiedad estilística. Su escritura no es por ello bronca o vulgar, no está llena de juarismos estridentes o chirriantes, sino que la preside un habla popular recreada con elegancia y buen tono, tan próxima a la calle como a la depuración estilística que resulta necesaria para dejar de ser simplemente habla y volverse buena literatura, testimonio de una ciudad y de un tiempo que es nuestra ciudad y nuestro tiempo.
            El título de este libro resulta ser en sí mismo un microcuento que no tiene correspondencia alguna con otro relato de los recopilados en el libro, por cuyas páginas pululan una multitud de blases que tampoco parecen tener cierta correspondencia con el verdadero Blas autor, ni mucho menos con ningún apóstol San Blas. La blasitud de los cuentos de este libro es una blasitud impostada como la de un Pedro Juan Gutiérrez, que se inventa a sí mismo mientras inventa la vida cotidiana de la Habana en que él vive, una Habana que deja de ser real en cuanto se convierte en cierta clase de literatura.
            La gran protagonista de este libro es precisamente su decorado: Ciudad Juárez, aquella Ciudad Juárez que todos conocimos y que hoy ya no existe al haber sido arrasada por toda clase de federales, soldados y sicarios que han destruido una ciudad que no pudieron amar ni comprender, una ciudad que nunca les perteneció y que hoy sólo les pertenece en una insoportable relación de necrofilia con una novia cadáver. Pero Blas García Flores nos habla de una Juárez próspera y feliz, internacional y provinciana al mismo tiempo, una ciudad llena de rincones familiares y personajes pintorescos y reconocibles. Blas García Flores no es narrador del marasmo contemporáneo, sino de aquella urbe donde el moderado caos era parte reconocible de su idiosincrasia, mucho antes de que el rencor de la extrema derecha, la codicia de los narcotraficantes y  la necesidad de mucho dinero negro en Estados Unidos la empujasen al apocalipsis cotidiano en que hoy habita y languidece. Cuentos como Ciudad Chicle 1982, Parque Borunda o Tríptico hacen de la ciudad un gran escenario donde se explaya con gusto el alma humana con sus apetencias y sus miserias. En otros cuentos, como en Vino de honor, Blas reescribe la realidad y la potencia enriqueciéndola con la fantasía y de nuevo ese sentido del humor que tergiversa la realidad para labrarla y darle un nuevo sentido por medio de la verdad de las mentiras.

            Este libro es una blas-femia, dicho en sentido cotorrón y etimológico para quien sepa entenderlo. Le debo a su lectura un buen puñado de deliciosos ratos e invito a los demás a gozar de la misma visión lúdica, mágica y nostálgica que Blas García Flores arroja sobre Ciudad Juárez y sus habitantes. Espero con ganas, amigo Blas, nuevas blasfemias de tu parte. 

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